viernes, 10 de agosto de 2007

Represalias

Si hay algo que realmente enfurece a las mujeres es cuando el varón va al baño, echá una meada y salpica de manera irresponsable y sin ningún tipo de pudor, la tabla del inodoro. ¡Hay por Dios y la Virgen santa que malas se ponen!!!. En mi caso -debo confesarlo- he sido un eximio meador-salpicador de la tabla del inodoro hogareño... he meado con total desparpajo y despreocupación salpicando en cientos de ocasiones ambos bordes de la tabla e incluso, tras alguna borrachera juvenil, también el piso del baño. Y he tenido por tanto la oportunidad de escuchar las feroces puteadas -justificadas por cierto- de mi señora esposa doña Blanca Bibiana que me causaban unas indescriptibles y desaforadas carcajadas.
Sin embargo, quien sabe por qué extraña razón con el paso del tiempo, uno madura; se vuelve considerado, formal, en fin... un romántico desde donde lo mires, y comienza a cuidar el detalle. Entonces ya no mojás nada, te convertís en un señorito, un tipo serio, es más, llegás al punto de cagar a pedos a tu adolescente hijo varón si te llegás a enterar que moja la tabla y le decis tipo milico: «Che, pedazo de pelotudo, ya te llegan las bolas al piso y todavía seguís meando tabla... habráse visto. Que no se vuelva a repetir carajo».
¿Pero sinceramente, con una mano en el corazón, que varón alguna vez no ha recibido el reclamo de su mujer, pareja o amante por mear la tabla? No me vengan ahora con que han cuidado al extremo el detalle porque no se los cree ni su mamá.
El caso es que ellas a su debido tiempo te pasan factura... siempre te pasan factura. Por ejemplo. Por ahí andás corto de plata, entonces vas al kiosco y en vez de comprar la Prestobarba de tres pesos te comprás una Minora que no llega a uno pero dura solo dos afeitadas. Llegás a tu casa abrís el agua caliente en la pileta del baño, ya sale el agua tibia, te mojás la cara, te ponés un poco de crema para afeitar, te das con la brocha húmeda de haberla mojado en el agua ya caliente, y tu cara ya se cubre de espuma, mojás otra vez la brocha y seguís rotándola por la piel. Después sacás la Minora del plástico que la envuelve y te afeitás tranqui... de un lado, de otro, de abajo, de arriba. Y ya está. Limpiás todo, lo ponés en su lugar y listo. Al otro día te tenés que afeitar nuevamente. Vas al baño, te acomodás frente al espejo, abrís el agua caliente y repetís el proceso. Y está todo bien, todo bárbaro hasta que agarrás la Minora, que estaba en la misma posición en la que la dejaste el día anterior, y cuando la empezás a pasar confiado por la cara te arranca sino la piel al menos un aullido. Con la bronca echa un nudo en la garganta y una puteada obstruida que no puede salir, te lavás la cara, te secás, y te vas al kiosco puteando bajito a comprar otra Minora (porque seguís corto de plata) mientras la gente te mira y piensa que sos un tarado que va hablando solo por la calle. Pero en fin, llegás a tu casa, comenzás todo el proceso nuevamente y te terminás afeitando mientras te devanás los sesos pensando ¿quién carajo me habrá usado la maquinita?... Y Te respondés hacia adentro... Mi hijo todavía no se afeita, mi hija más grande ya no vive conmigo, la del medio está de vacaciones, y la más chica tiene apenas tres años... entonces otra vez te preguntás... ¿quién carajo me usó la maquinita? Y ahí caés... y con un odio que si se pudiera medir llegaría a la estratosfera, entrecerras los ojos, fruncís el ceño, apretás el labio inferior contra el superior y tu cara ya es casi la del «Padrino», y pensás... Es ella!!!... la muy guacha me usó la Minora para afeitarse las piernas... e imaginás como se cagaba de risa, mientras se afeitaba la pierna derecha, de pensar que el boludo iba a agarrar la maquinita y se iba a pelar la cara hasta dejarla en carne viva... pero claro, para ella es un pequeño divertimento, totalmente válido, justificado, casi obligatorio, es una pequeña revancha, una vendetita, un daño menor en represalia por las tantas veces que le measte la tabla del inodoro.

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